Hay algo indescriptible en Arequipa, algo que no se puede comprar, ni medir y que solo se descubre cuando se arriba a este destino. Los imponentes volcanes que la rodean, vigilan una ciudad colonial construida con sillar, piedra volcánica blanca que pinta de albo cada rincón de Arequipa. Edificada al pie del Misti, que la custodia día y noche, recibe a sus visitantes todo el año con un deslumbrante cielo azul. En esta ciudad, el tiempo parece haberse detenido y aún es posible caminar entre sus calles coloniales decoradas con coloridas flores y gigantes monasterios, como el de Santa Catalina, que se levanta como guardián de uno de los Centros Históricos más hermosos de Latinoamérica, declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO. Pero Arequipa también es aroma y sabor, y sus habitantes pueden jactarse de tener una de las cocinas regionales más tradicionales de todo el país: un viaje a Arequipa es un viaje entre sazones culinarias y colores de ajíes, picantes, rocotos, chichas y tantos otros manjares que se ofrecen en las tradicionales “picanterías”. En Arequipa, la mesa siempre está servida, solo se pide tener abierto el corazón para acumular experiencias únicas.